"No estés triste", me decías. Tú solías creer que me sentía de esa manera porque así lo quería... Pero, créeme, nadie se golpea contra una pared una y otra vez sin sentirse frustrado. Nunca entendiste que no había un botón mágico para dejar de sentirse así, y yo ya no podía escuchar más esa frase: "No estés triste".