En un mundo de arcoíris, me tocó ser la tormenta.
La que arruina todo.
Pero sin una tormenta no hay un arcoíris, suelo ser los dos, la tormenta y el arcoíris.
La tormenta porque arruino el sol y el arcoíris porque después de arruinar todo, busco sacar lo positivo, tratando de devolver el color que en cierto momento quité.