A quien confía en su propia rectitud, Dios le deja con ella, y no le dará otra porque no la puede recibir, pues ya tiene su justicia, su rectitud, su santidad... Solo quién se reconoce absolutamente necesitado de Dios para todo, recibirá la justicia y santidad que viene de arriba, y podrá vivir esa santidad del evangelio y esa justicia del evangelio, que es tan superior, pero no será por sí mismo, sino por la gloria de Dios.