Lo amé más que a mi propia vida, estar con él era mi vivir y mi respirar. Al pasar el tiempo, vi que él solamente me engañaba con un falso amor y cuando estábamos juntos y nos preguntaban si teníamos algo, él lo negaba y yo, al estar cegada por el supuesto amor, solamente aceptaba su mentira diciendo que no teníamos nada.
La felicidad está ausente de la mente, por eso, cuando estamos tristes y recordamos esas piezas faltantes en el presente, las recordamos irónicamente con dolor.
Si abrazáramos nuestra felicidad así como cuidamos nuestras heridas, quizás no habría despedidas tristes.